Un profesor le
preguntó cierta vez al doctor Thomas Tutko cómo se puede decidir qué
deporte le conviene más a un estudiante. "Limítese a preguntarle"
_respondió Tutko. Pero ahora Tutko daba la misma respuesta que
recibieron los griegos en Delfos, respuesta repetida por todos los
sabios desde entonces. "Conócete a ti mismo" es el críptico
mensaje. Debemos encontrar nuestras propias respuestas, nuestro propio
deporte. El sabio nos dice cómo podemos hallar nuestra propia
sabiduría, pues no puede darnos la suya.
Todo esto resulta
desesperante para aquellos de nosotros a los que les gustaría
transmitir su felicidad a los demás, guiarles por la vida y decirles en
todo momento qué es mejor para ellos. Y quizá más desesperante aún
para aquellos de nosotros a los que les gustaría que su futuro fuese
decidido por algún consejero omnipotente. No debe sorprendernos que,
ansiosos de respuestas, los atenienses se volviesen en contra de
Sócrates cuando éste les respondió que examinaran sus propias vidas.
¿Cómo puede evaluar
un estudiante un deporte que no ha practicado? De ninguna forma. En
último extremo, es el propio individuo quien debe juzgarse a sí mismo
y encauzar su propia vida.
El doctor R.L. Bohannon
afirmaba
que la profesión médica se había mostrado incapaz de reconocer el
actual abismo en el campo de la salud: "El abismo entre la ausencia
de enfermedades, por un lado, y el auténtico goce de vivir, con toda su
energía, vitalidad y bienestar, por otro".
El deportista de tu
barrio estará deseoso de desvelarte el secreto. El correr recompensa, y
recompensa al instante. El ejercicio consigue efectos inmediatos y
estimulantes. Se trata de un "coloque" natural que se alcanza
legalmente. Algunas personas necesitan ejercicios que representen
fundamentalmente un desafío a sí mismas, y otras necesitan juegos o
deportes en los que desempeñen un importante papel las relaciones
interpersonales y de grupo. Pero los que perseveren, el correr les
aportarà valores buscados por todos los seres humanos: el hábito de la
contemplación desarrollado en largas carreras en solitario, el arte de
la conversación reencontrado cuando se corre con un compañero, el
sentido de comunidad que brota de correr en grupo, el esfuerzo y el
relajamiento final de la carrera competitiva y, finalmente, el
desarrollo de unas capacidades físicas máximas que, a su vez, nos
ayudan a encontrar nuestro máximo potencial espiritual e intelectual.
"Las pruebas de esfuerzo-stress _afirma el fisiólogo
deportivo P.O. Astrand_ deberían reservarse para los que no hacen
ejercicio". De ese modo sabrían, añade, si gozan de suficiente
buena salud como para poder permitirse una vida sedentaria.
Las amenazas no sirven
de nada. La gente no se inclina a hacer una cosa simplemente porque sea
buena para ellos. Según J. Herndon los estudiantes no hacen algo que no
haga su propio profesor. "¿Por qué tenemos que dar por sentado
que los jóvenes desearán hacer todo un montón de cosas que nosotros
mismos no queremos, y que pueden llegar a hacerlo por su propia voluntad?
_se pregunta_. ¿Se va acaso el profesor de matemáticas a casa y se
dedica a resolver raíces cuadradas? ¿Se va a casa el profesor de
idiomas y se dedica a analizar frases gramaticales?". ¿Qué ocurre
con el profesor de Educación Física? ¿Y con los demás profesores? ¿Saben
transmitir a sus alumnos la vitalidad, el sentido de drama y la
estética que ellos mismos extraen de su práctica del deporte? ¿Seremos
capaces de encontrar entrenadores que puedan convertir a sus alumnos en
deportistas para toda la vida?
A la mayoría de los
humanos no les atraen cosas tan pragmáticas como la buena forma física.
Deberíamos practicar los deportes no porque sean prácticos, sino
porque no lo son; no porque nos hagan sentirnos mejor, sino porque no
nos importa cómo nos sentimos; no porque mejore nuestra buena forma
física, sino porque nos interesan y absorben tanto que ni tan siquiera
reparamos en ello.
|