El eco de sus triunfos
nos llegó cuando nuestro país, en aquel verano sangriento de 1936,
estava lejos del deporte, de la civilización, de todo lo que no fuera
guerra y destrucción. Después, en la postguerra, nos llegaron las
imágenes de aquel filme inolvidable que realizó Leni Riefensthal y que
se llamó "Olimpíada", testimonio de la más alta calidad
artística y plástica de la fotografía del deporte. En él pudimos
admirar la soberbia estampa de este atleta de color, de irresistible
"sprint" y de prodigioso brinco, con aquel asombroso salto
final que zanjaba su ardua disputa con el germano Long y ponía un
jalón histórico, volando más allà de los ocho metros. Un hito que
iba a ser duradero en la tabla que registra el esfuerzo humano. Y vimos,
también, en aquella inolvidable pelicula, los enojos incontrolados de
Hitler y de su cohorte, cuando algún atleta de piel oscura dejaba en
segundo plano a los semidioses arios, para los que estaba prefabicado el
laurel de la victoria. De aquel certamen, imbuido de colosalismo
germánico que fueron los Juegos Olímpicos de Berlín, aparte la
evidencia de que el mundo estaba incubando enfrentamientos nacionales y
raciales que prejuzgaban el conflicto que estallaría tres años
después, quedó como máxima figura la de este extraordinario ejemplar
humano llamado James (Jesse) Cleveland Owens, nacido en Alabama, en
1914, y coronado veintidós años después en los XI Juegos de la Era
Moderna.
La saga de los dioses
del Estadio de la Antigüedad, merced a la iniciativa del Barón de
Coubertin restaurando la tradición de Olimpia, se reanudaba con
campeones de leyenda, los Kohlemainen, Nurmi, Paddock, los héroes de
"Carros de Fuego", Abrahams y Liddell, los Tolan, Beccali y
tantos otros fieles al lema de "citius, altius, fortius".
Ellos iban a encontrar a Jesse Owens el continuador, el ídolo de una
generación. Y su raza, al valedor que, por encima de discriminaciones,
demostraría que el lema olímpico està al servicio de la raza humana,
sin distingos de color.
Transcurrieron los
años y la vida de Jesse Owens pasaría por los avatares que toda
existencia reporta y, andando el tiempo, el viejo campeón _tal había
sido su mítica fama_ era llevado por los Harlem Globe Trotters en sus
giras por el mundo. Y, en el intermedio de sus exhibiciones
malabarísticas, acompañados por los compases del "Sweet Georgia
Brown", era factible ver a un Jesse Owens, ya cuarentón, hacer
unas demostraciones de salidas conservando su fulgurante arrancada, para
pasmo de los espectadores, incluidos los de Barcelona, donde se le pudo
ver en el Pavellón de Deportes.
En la imagen vemos a
Owens en el viejo estadio de Monjuïc dispuesto a tomar la salida ante
un grupo de admiradores, entre los que identificamos a José Fórmica,
el que fuera campeón de España de 400 metros, un atleta cuya clase
natural, de haber coincidido con los actuales métodos de entrenamiento,
le habría llevado, sin duda, a un podio olímpico
Estoy seguro de que los
que aquel día fueron a Monjuïc, de los que ha quedado esta constancia
tomada por un gran aficionado, irían con la ilusión puesta en poder
decir después: "Yo he visto a Jesse Owens en persona". Tanta
fue la nombradía de este americano, que en el breve espacio de un
hectómetro, en su rauda carrera, ponía tal distancia entre él y sus
seguidores, que no dejaba lugar ni a la duda, ni al cronometraje
electrónico, ni precisaba de ese dispensador de alegrías y decepciones
que es la "photo finish".
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