La juventud tiende a ser audaz, indolente, romántica,
afásica, esperanzada, perdedora, generosa y egoísta. Procede mediante
ritos de pasaje, rara vez ajenos a melodrama o truculencia, y hasta hace
poco carecía prácticamente por completo de capacidad adquisitiva. Ahora
consigue dinero de sus familiares, añadiendo a veces un sueldo por
trabajo a tiempo parcial, y aunque no puede permitirse grandes derroches
tiene más de 100 viernes y sábados en las 52 semanas de cada año. Esa
especie de recreo para festivos se orienta a soportar el estrés de los
otros días, donde el adolescente ha de comunicarse con sus iguales en voz
baja, con el secretismo de quien propone o recibe ofertas disparatadas
pero oportunas para paliar la insípida cotidianidad. Vale para él casi
cualquier plan ya es un planazo ver si de verdad abrieron cierto sitio muy
enrollado, mientras mitigue la languidez del aburrimiento.
No se aburren los hijos de campesino, desde luego, que pronto van
asumiendo responsabilidades ligadas a una supervivencia de la familia, y
juegan largamente con una llanta de bicicleta y un palo, o algo más tarde
cazando y triscando. Sin embargo, también ellos tienden a emigrar como
hicieran tantos parientes, movidos por la sensación de que allí se
condenarían a elegir menos en general, traicionando de ese modo su
libertad. Y el mismo adolescente que se divertía guiando una llanta de
bicicleta aprende a aburrirse tras aterrizar en alguna urbe. El antídoto
común es una escapada hacia la marcha, que a fuerza de ser periódica y
rascar a fondo su bolsillo ofrece empleo a incontables personas y empresas
en todo lugar algo próspero del globo.
Justamente porque la juventud tiene dinero como nunca, y es insensata como
siempre, preservarla de excesos con la ebriedad no se logrará con
infundios, atropellos y omisiones. El gerente de la Agencia Antidroga,
pongamos por caso, declaró días atrás a este periódico que el éxtasis
genera abstinencia como las otras drogas y convendrá que describa el
síndrome abstinencial de dicha sustancia, el de LSD o el de hongos
psilocibios; si lo consigue pasará a los anales de la farmacología científica.
A los padres de familia les interesa más bien saber qué tomaron esos
chicos muertos en la rave de Málaga. La MDMA o éxtasis tiene un margen
de seguridad (proporción entre dosis activa mínima y dosis mortal media)
no muy inferior al de la aspirina. Pruebe alguien a tomar 10 aspirinas y
vea manera de contar sin cuitas su experiencia. Si la población está a
cubierto de disparates en este terreno no es sólo porque todo el mundo se
ha tomado alguna aspirina, sino porque su ingrediente esencial (ácido
acetilsalicílico) se vende puro y medido escrupulosamente, atendiendo
al principio de que sola dosis facit venenum. Sin meticulosidad en la
composición desaparecería cualquier expectativa de empleo razonable.
Oímos entonces que la MDMA no es un medicamento sino un tóxico, cuya
circulación se prohibió hace algo más de 15 años. Y bien, la declaración
podría ponderarse si desde entonces a hoy sus usuarios no se hubiesen
elevado a la enésima potencia, gracias a la propia sustancia y a stocks
en todo el planeta. Quienes atribuyen las sobredosis a MDMA purísimo omiten,
además, información valiosa para el público general y para los propios
adolescentes. Por ejemplo, que esta sustancia fue usada pura por psicólogos,
psiquiatras y curiosos durante más de una década sin producir una sola
intoxicación; que la OMS dudó mucho a la hora de admitir o negar su utilidad
terapéutica (véase ONU, Informe del Comité de Expertos, 22-26 de
abril de 1985); que la policía inglesa el país más adepto del mundo a
la MDMA viene sugiriendo regularizar su consumo, y que nuestra Audiencia
Nacional la consideró droga blanda tras sopesar el informe
pericial de Alexander Shulgin, descubridor de esta sustancia y miles de
otras análogas. El Tribunal Supremo casó dicha sentencia para que no se
convirtiese en doctrina legal, pero sin mejores razones que cumplir
compromisos internacionales, instados en este caso como en el de las demás
drogas hoy perseguidas por el gendarme norteamericano.
Veamos si la autopsia de los jóvenes fallecidos en Málaga despeja incógnitas
sobre calidades y cantidades. Quienes prueban MDMA no siendo ya jóvenes
quedan estupefactos al ver que entre adolescentes ayuda a provocar un
frenesí de derviche danzante o ministro de alguna ceremonia vudú, con
atronadores altavoces que impiden hablar a otro y oírle, cuando el efecto
primario de este fármaco es aumentar la capacidad de empatía, abriendo
lo que muchos psicoterapeutas llaman las puertas del corazón. ¿Será que
no aprovechan la pastilla para hablar sentidamente porque toman demasiadas,
hasta convertirse en un manojo de nervios? ¿Cuántos de promedio toman
media o una pastilla? ¿Pudiera haber algún tipo de aprendizaje crucial a
través de la danza? ¿Ha estudiado la Agencia Antidroga alguno de estos
extremos?
Sus motivos tendrán nuestros hijos para elegir empleo del tiempo libre, y
en esta materia nos harán un caso parecido al que hicimos nosotros a los
nuestros siendo adolescentes. De ahí que convenga ceñirse a lo básico:
todo uso de una sustancia psicoactiva es un ejercicio de masoquismo si
falta amor propio y conocimiento. Con amor propio y conocimiento tendremos
el programa clásico de la sobria ebrietas, un ejercicio de prudente
hedonismo en vez de imprudente autodesprecio. Lo pésimo del caso actual
es que a la tesitura ética se añaden burdas incertidumbres y engaños.
La metanfetamina o speed, por ejemplo, es 10 veces más activa y tóxica
que la MDMA (metilendioximetanfetamina) o éxtasis, y muy distinta por la
experiencia inducida.
Hace tiempo me ofrecieron un comprimido de MDMA purísimo, del que
por cautela sólo tomé medio. Una hora más tarde fue evidente que era más
bien puro speed, en una dosis descomunal que borró toda perspectiva de
sueño durante 30 horas. Aunque queremos echarle la culpa al éxtasis, o a
la metanfetamina, quien la tiene es una cadena de desinformación, que
comienza con un químico improvisado en la bañera de su casa, sigue con
un par de camellos analfabetos y termina en los bolsillos de un incauto
como créme de la créme.
Mirando a vista de pájaro, el éxtasis ha dulcificado el clima más áspero
de décadas anteriores, y es preferible que la edad del pavo ventile su
deuda con la ebriedad usando un entactógeno o comunicador que con
salvajadas como datura o beleño, excitantes cocaínicos o vehículos de
retiro senil y buena muerte, como los opiáceos. Incluso es positivo que
el rito de pasaje actual con la LSD, una sustancia mucho más delicada de
manejo, se haga pasando antes por el moderado viaje emocional del éxtasis.
Puesto que el joven ha de vivir su vida, poca prudencia le inspiraremos
con fábulas y alarmismos. Cuando un hijo quiere navegar o volar no
abortaremos su deseo evocando naufragios y catástrofes aéreas, pero él
entenderá y agradecerá que le instemos a ser un navegante o un piloto
competente. Cuando nuestros jóvenes deciden hacer viajes químicos poco
atenderán a profecías de instantánea degradación y muerte pero cabe
pedirles que empiecen instruyéndose con información precisa y agradecerán
el realismo.
Esta perspectiva retorna en un mundo donde el desuso ha derogado los
reglamentos prohibicionistas, mientras una amplia oferta inunda cualquier
rincón del horizonte y replantea qué será velar de verdad por la salud
pública. Ofende cada muerto involuntario adicional, e involuntarios son
todos los fulminados por algún adulterante o sucedáneo, no menos que por
impurezas y mala dosificación. Imaginemos una farmacia maligna donde
pedimos magnesio y nos dan cianuro, y elevemos el número de sus filiales
a millones por toda la faz del planeta. ¿Estamos ante el argumento de una
película sobre genocidas? No, es simplemente el fruto final del
experimento prohibicionista.
Por otra parte, no somos tan incultos farmacológicamente como hace 30 o
40 años. Si en vez de demagogia buscamos soluciones graduales, con planes
limitados a ciertas ciudades o partes de ellas, regalando unas drogas en
programas de beneficencia, vendiendo otras en la farmacia, situando
algunas en estancos y supermercados, y repartiendo un último grupo en
departamentos de antropología, psicología y filosofía de la religión,
abiertos siempre a cancelar o recortar los proyectos a la vista de sus
resultados, y combinando todo ello con campañas de información auténtica
(entendámonos: orientadas al uso y a sus albures concretos), esta postura
podría ganar en España y en otros varios países de la Unión un referéndum
por goleada.
Las promesas de yugular oferta y demanda esgrimidas como alternativa
carecen de credibilidad. Las drogas están aquí para quedarse, queramos o
no, y cada año aparecerán más. El humanista prefiere por ello que la
catarata de compuestos nuevos y antiguos esté sujeta a supervisión. Sólo
eso erradicaría el monopolio dispensador de redes criminales, que no lo
son tanto por violar una ley injusta como por perpetrar chapuzas y estafas,
repercutidas sobre nuestra juventud en forma de navajazos a su organismo.
Basta de puñaladas traperas y de fingir que la ciudadanía está
protegida cuando jóvenes y no jóvenes sirven de cobayas a cualquier
miserable.
Antonio
Escohotado
El Mundo, 2 de abril de 2002, págs. 4-5
http://www.escohotado.org
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