Pasaporte a la gloria
ANDREI LAVROV · RUSIA · BALONMANO
12/08/04
03:00 h.
Cuando
Talant Dujshebaev aún no era español y ni siquiera podía enorgullecerse en
voz alta de sus ancestros kirguizes, sino que vestía el uniforme rojo del
absolutismo soviético, él ya estaba ahí atrás, guardando la portería,
lanzando sus larguísimos manos y pies por instinto para detener
milagrosamente trallazos que alcanzan los 170 kilómetros por hora. Y ahí
continúa, entre los tres palos, una araña humana de 42 años de edad sin
ninguna intención de retirarse.
Mientras el muro de Berlín se derrumbaba y
con él la URSS, y luego se colaba el capitalismo por los escombros, Andrei
Lavrov (1,97 m. y 94 kilos) iba acumulando prestigio y perdiendo pelo con cada
nuevo cambio de bandera y de himno, siempre inmutable en su puesto de guardián
de las redes. Es un caso único en la historia del olimpismo; sólo él ha
ganado tres medallas de oro representando a tres países diferentes: la
agonizante Unión Soviética en Seúl'88, el larvario Equipo Unificado en
Barcelona'92 y, por último, la renacida Rusia en Sydney'00, con la que también
protagonizó un mediocre intermedio (quinto) en Atlanta'96.
En Atenas buscará un cuarto título como
capitán ruso. Este coloso tranquilo se ha ganado a pulso los galones y el
reconocimiento unánimes, como quedó claro cuando se le adjudicó el puesto
de abanderado en la ceremonia inaugural de los Juegos australianos o cuando se
le eligió como 'Jugador del Siglo' de su país en una encuesta efectuada en
2001.
Nacido en Krasnodar, en el sur de Rusia,
comenzó a jugar a balonmano a finales de los 70 y cuando el gigante del Este
abrió sus fronteras al mundo él decidió buscarse la vida sumergiendo las
manos en las billeteras de los poderosos clubs de occidente. Ha jugado por
este orden, además de en su país natal, en Hungría, Alemania, Francia y
Croacia antes de regresar a la Bundesliga, en la que ha militado en tres
equipos distintos (su equipo actual es el Kronau-Ostringen). Este nomadeo no sólo
le ha servido para ganar dinero, sino para enriquecer su punto de vista vital
y para aprender idiomas, ya que habla de manera fluida alemán, francés, inglés
y serbocroata, aparte del ruso.
Aunque su cuerpo ya anda algo maltrecho por la
edad y por las cicatrices de su trayectoria deportiva –ha padecido ocho
intervenciones quirúrgicas en distintas zonas para solventar diversas
lesiones– asegura que siente el deporte “como una droga que no puedo dejar,
me tiene absolutamente enganchado. Las sensaciones que tienes son tan increíbles
que quieres que duren para siempre”. No se ha puesto fecha de caducidad
mientras siga siendo competitivo. Su sueño incumplido es coincidir en el
mismo equipo con su hijo mayor, Ivan, de 18 años, que juega en un equipo de
la Tercera División alemana
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