Estocada a la furia - José Antonio
Camacho, ex técnico del R. Madrid
26/09/04
03:00 h.
José
Antonio Camacho se ha hecho el harakiri. Ha acabado tan desquiciado
después de convivir con la panda de consentidos en que se ha convertido
el vestuario del Real Madrid que un tipo tan ibérico como él se ha
abierto el vientre a la japonesa. Algunos le han llamado de todo por
quitarse de en medio. Cobarde, la mayoría de las veces. Su gente por
supuesto le ha salido a defender y ha hablado de acto de valentía,
remarcando que sólo alguien como él es capaz de irse renunciando a
cobrar una fortuna. Pero lo que ni detractores ni protectores han hecho
aún es responder a dos preguntas que sobresalen en este traumático
suicidio deportivo. ¿Por qué siendo él de carácter peleón arrojó
la toalla tan pronto? ¿Por qué sigue vinculado al club? Sólo Camacho,
si es que un día le da la gana, puede aportar luz sobre ambas
cuestiones.
Lo que no necesita respuesta es concluir
que los jugadores (al menos unos cuantos) han vencido. Pertenece Camacho
a una época distinta. La trasnochada furia española que él tan bien
encarnaba ha chocado con una generación de perfil radicalmente distinto.
El que fuera lateral izquierdo blanco durante 15 años forjó su leyenda
a base de coraje y carreras por la banda, se partía el pecho del 1 al
90, y eso no es lo que se estila ahora en el Madrid. Siempre hubo
artistas y figuras mundiales, sí, pero la balanza se equilibraba con
tipos aguerridos como él. Ahora todo es talento y filigrana pero para
el sacrificio faltan peones y sobra escaqueo. Camacho sudaba la camiseta
y se ha encontrado con una caseta bañada en almíbar en la que
transpirar está mal visto y es una ordinariez.
Paco Flores, que trabajó codo con codo
con él en el Espanyol, le describe como una persona “absolutamente
honesta” y lamenta la dimisión porque “entrenar al Real Madrid ha
sido siempre la ilusión de toda su vida”. ¿Por qué renunciar
entonces no una sino dos veces (con Lorenzo Sanz resistió 22 días) al
sueño de toda una existencia? Hace años en una entrevista Camacho
hablaba de su padre Antonio, un modesto carpintero padre de cinco hijos
que en la Guerra Civil luchó en el bando de los perdedores. Una de sus
reflexiones es clarificadora: “Mi padre nunca cambió de chaqueta. Esa
es mi herencia, que uno es como es, gane o pierda”. O sea que por
principios vale la pena tirar por la borda todo lo demás.
Miguel Moreno, mítico fotógrafo de
este diario ya retirado e íntimo amigo del entrenador, también aporta
respuestas: “Camacho es único, una persona acojonante. Con Lorenzo
Sanz se fue por defender a sus técnicos y esta vez ha visto el percal y
ha preferido joderse él”. Moreno conoce al auténtico Camacho, el
desconocido, el que se parte de risa cenando alrededor de una mesa con
amigos y un buen vino, el que rompe con su imagen de tipo agrio en
permanente estado de mala leche. Es uno de los tópicos que le persiguen.
Como el de ser un técnico de estilo rudimentario, cuyo sistema de juego
más sofisticado pasa por decir a los jugadores que al partido hay que
echarle huevos.
La realidad es otra. Sus entrenamientos
están muy estudiados y se sirve (así lo hacía en la selección) de
todo tipo de tecnología para hacer un seguimiento puntual de sus
futbolistas. Pero, claro está, vende más esa primitiva imagen de la
camisa empapada por las axilas. Tampoco ayudan sus prontos, que los
tiene y aumentan cuando la competición se pone exigente, como sucedió
en el Mundial cuando algunos medios le buscaron las cosquillas.
Camacho ha claudicado porque
busca en su equipo la prolongación de sí mismo pero la gente como él,
al menos en el Madrid de Florentino, ya no se lleva
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