El
título del artículo que leen se ha cogido prestado de una modesta fotocopia
pegada sobre una pared de la clínica de Buenos Aires donde Diego Armando
Maradona respira porque una máquina le ayuda a hacerlo. Es una muestra de
cariño y devoción de entre la multitud que forra este centro hospitalario
desde el pasado lunes. Es como si todos los argentinos (y aquí generalizar no
es faltar a la verdad) quisieran abrazar y envolver de ánimo a la persona que
más felicidad les ha dado. Hasta el nombre de la capital argentina parece
ahora cobrar sentido literal: buenos aires es lo que necesita Diego para
recobrar el aliento.
Maradona
no está bien hace tiempo. Seguramente empujado por influencias malignas, lo
cierto es que se dejó caer escaleras abajo hacia un infierno que nunca ha
sido capaz de fintar. Escogió el lado peligroso de la vida desde que esnifó
su primera raya de coca en Barcelona. Se ha dado mucha caña desde entonces y
ha llegado a los 43 años hecho polvo, desmejorado y gordo. Cuando muchos de
los que juerguearon alguna vez con él dicen aquello de que “yo te podría
explicar cosas que viví con Diego, pero no las puedes escribir” es que
estamos ante un auténtico pieza. Pero (al menos al que suscribe) lo dicho
hasta ahora no debería preocupar más que a los que le quieren. Porque de
reyes del lumpen nocturno hay muchos, pero de futbolistas como Maradona, sólo
uno. Y juzgarle por lo primero sería ir de moralista. Al fin y al cabo cada
uno es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera.
El
Dieguito que llegó de Argentina al Barça era una maravilla de futbolista. Lo
nunca visto. Un chaval bajito, de cuerpo fino y cabeza grande, un fenómeno
con un pie izquierdo insuperable hasta el final de los tiempos. Hay mala gente
que se acuerda de su etapa en azulgrana por el anuncio antidroga que rodó en
la playa de Castelldefels. No tiene gracia. Hay que quedarse con sus
alucinantes exhibiciones con el balón en los calentamientos previos a los
partidos, con los dos golazos que marcó contra el Estrella Roja, con el
regate que partió en dos al madridista Juan José en el Bernabéu a un palmo
de la línea de gol... Metió 43 goles en 73 partidos, hizo cosas irrepetibles.
Diego quizás no triunfó a lo grande en el Camp Nou, pero tampoco fracasó.
Lobo
Carrasco comenta que con un Núñez experimentado y un Maradona más maduro el
Barça hubiera iniciado un gran ciclo de éxitos. Quién sabe. Lo cierto es
que quien cortó de raíz cualquier futuro fue Andoni Goikoetxea con una
entrada en la que, mira por dónde, sí cabrían juicios y moralinas. Porque
una cosa es hacer con el propio cuerpo lo que a uno le dé la gana y otra bien
distinta es destrozar el del prójimo. El primero que fue a socorrerle sobre
el césped fue Àngel Mur. “¡Me rompió, me rompió!”, cuenta ahora el
fisioterapeuta que gritaba Diego con el tobillo hecho trizas.
Àngel
Mur explica más cosas sobre el ídolo argentino. Dice que nunca se las dio de
divo en el vestuario, que era buen compañero pese a que siempre llegara un
poquito tarde. Y adorna su exposición con dos anécdotas que definen a quien
fue un superdotado. La primera: Maradona venía con la lengua cosida a puntos
tras un partido contra el Sevilla. Viajó el equipo a Suiza a disputar un
'bolo'. El autocar le esperaba abajo en la puerta del hotel pero él no quería,
no podía ir al estadio con la boca así. Casaus le fue a buscar a la habitación,
bajó, y subió unas cuantas veces sin éxito. “Diego, si no juegas tú, no
cobramos”, le suplicó Nicolau. Y Diego acabó cediendo. “Lo hago por los
compañeros”, contestó. “Disputó 45 minutos y dio una señora exhibición”,
recuerda Mur. La segunda pequeña historia hace referencia a su adicción más
inofensiva, la de dar toques a toda clase de cítricos. Habla de nuevo Mur:
“Fue en el vestuario del Bernabéu. Estábamos esperando y Diego cogió un
limón (las naranjas al menos son redondas) y empezó con el 'tac', 'tac', 'tac'...
Nos quedamos todos con la boca abierta”. El histórico 'fisio' trata de
encontrar una explicación 'científica' razonable para esa extraña habilidad:
“Tenía el pie muy corto pero muy ancho. Para entrenar, por ejemplo, ni
siquiera se ataba las botas”.
Cuando
Maradona abandonó el Camp Nou escogió Nápoles y lo engrandeció con títulos
impensables antes de su llegada. Cuando se fue de allí, aquel club volvió a
su tamaño original. Pero lo más grande, lo que le convierte en leyenda
eterna, lo escribió con la selección albiceleste, sobre todo contra
Inglaterra en el Mundial-86, con la mano que le echó Dios y con posiblemente
la mejor jugada individual de todos los tiempos.
El 'rey'
indiscutible del regate intenta zafarse ahora del más siniestro de los
marcadores. Es otra jugada individual la que tiene enfrente. Que salga
adelante dependerá de si el Dios que le ayudó en México le alarga la mano
por segunda vez.
La
canción número 10
Maradona
es lo máximo en Argentina, es el gran aglutinador de emociones. Desde
ejecutivos a mendigos, pasando por toda la clase trabajadora y sin olvidar al
presidente de la nación, el país vive ahora pendiente del cuarto piso de la
Clínica Suizo-Argentina, donde permanece ingresado. Desde aquí se hace difícil
entender esa pasión sin medida, pero compatriotas de Diego como el cantante
Andrés Calamaro, que dedicó una canción al astro, ayudan a comprender. La
canción es (obviamente) la número 10 de un disco que se tituló 'Honestidad
Brutal'. La música es deliberadamente de ritmo alegre, pero esconde un sabor
agridulce. Primero se escucha la voz de Maradona. “Viene esta canción,
gracias en nombre de Dalma y Gianinna, que son lo que más quiero en mi vida”.
Después se oyen cosas como las que siguen: “Es un ángel y se le ven las
alas heridas”; “Es la Biblia junto al callejón”; “No importa en qué
lío se meta Maradona, es mi amigo y una gran persona, el 10”; “Estamos
esperando que vuelvas, siempre te vamos a querer, por las alegrías que le das
al pueblo, y por tu arte también”
www.diegomaradona.com